Yo antes creía en los evaluadores de proyectos empresariales de I+D, sí yo mismo soy evaluador de esas startups, pero no pongo dinero en ellas, me refiero a los que sí ponen dinero. Creía en ellos porque los consideraba mejores que yo y pensaba también que dedicaban más esfuerzo que un servidor a escudriñar un plan de negocio o un proyecto de I+D; la primera premisa, que sean mejores que yo, aún no se me ha caído, la segunda sí, he visto como catalogan por la vía rápida a un proyecto basándose en prejuicios.
Es más fácil pensar si el sector al que va dirigida la iniciativa es prometedor y sobre todo, glamuroso, que entrar a fondo a entender qué es realmente lo que quieren hacer esos tíos, eso lleva tiempo y, sobre todo, precisa de interés por parte del evaluador, y es una labor que no está valorada en el expediente. Es un trabajo divertido como ningún otro, te permite aprender, ver ideas nuevas, nuevos productos y servicios, pero requiere de tiempo e ilusión, no tanto tiempo e ilusión como los del emprendedor, pero sí que estés a su altura, que preguntes cosas, y que les des confianza en tu confidencialidad e incapacidad para fusilarles la idea; también es necesario saber nada de todo, vamos abarcar mucho y apretar poco.
Es complicado estar a la altura del emprendedor, entrevistarse con él, y, desde un marco de confianza, ir tirándole de la lengua, estar preparado para entender lo que dice, preguntar las dudas e investigar después. Todo eso ni está en el manual ni se refleja en la nómina; si en lugar de tomarte el esfuerzo miras la sede social de la empresa y dices, macho, pero si están en Carabanchel, ¿y estos quieren competir con los de Silicon Valley?, pues te la cargas y punto, y luego resulta que habeilas hailas; si en lugar de buscar una tecnología propia diferencial, ves a tres frikis que quieren montar la enésima red social, pues dices, que los apoye Rita; si en lugar de ver un sensacional investigador que quiere revolucionar el tratamiento del cáncer, ves a un enano feo con una vieja camisa de leñador que esta deformada por la bata que llevaba hace un rato encima, concluyes que un gestor de capital riesgo no querrá perder el tiempo con semejante individuo.
El siguiente paso, en ocasiones, es dejar caer que la tecnología es buena, pero si se aplicara de otra manera sí que podría ser realmente productiva, que es un equipo “peculiar y muy científico”, o simplemente que los ves un poco negativos con el sistema productivo. Claro, ahora llega el momento de pedirle soterradamente al emprendedor que cambie su idea y/o que cambie el mismo, ya sabes, te doy mi dinero si me das tu creatividad. Pero cómo puedes ser tan burro, no te das cuenta que viene todo junto en un paquete, que las ideas originales es difícil que sean comprendidas en primera instancia, que si matas la creatividad te cargas la innovación. El emprendedor tecnológico en sentido estricto es una rara avis, es difícil que un científico sea emprendedor, y viceversa, cuando ambas cosas se conjugan con una idea y un equipo, se ve brillar desde lejos, te ilusiona, te emociona, te impacta.
Quédatelo o déjalo pasar para que se lo quede otro, pero ojo, porque comprar la creatividad con dinero supondrá la muerte de los dos: de la startup y de tu dinero.
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