Lo sucedido el jueves 6 de mayo en la Bolsa de Nueva York certifica el comienzo de una nueva era, el fin del Capitalismo que marcaba nuestra forma de pensar desde el Siglo XVI. Somos una generación afortunada pues hemos tenido la suerte de vivir un cambio que ocurre cada decenas (centenas) de generaciones. Somos afortunados pues tenemos en nuestras manos el timón del Mundo, sí, del Mundo, porque este cambio de era, a diferencia de los anteriores es global, tiene carácter planetario.
En mi condición de fan de Internet la gente con la que hablo me acaba llevando el de la palabra cambio a la palabra Internet y no lo veo así, es decir, el cambio no es Internet, Internet empieza a acelerar el cambio y le da carácter global al igual que hace la aviación civil, pero este cambio no es Internet. Esta crisis, al igual que las que provocaron los anteriores cambios de era es una crisis de valores. No salimos de la crisis económica con una V, ni siquiera con una U porque no nos creemos nuestro modelo capitalista, porque hace aguas, porque se ha quebrado la confianza. Y eso que la crisis económica es sólo una parte del cambio que vivimos pero es el método más fiable hasta en momento para medir la confianza de la gente.
El pasado 6 de mayo los mercados fallaron, no es que la gente perdiera toda la confianza, se debió a que ése sistema no funciona, ya no mide, ya no sirve. La Bolsa se creó para aportarle capital al emprendedor, para crear o hacer crecer a las empresas sin acudir a la deuda, al crédito. El juego era sencillo y lógico; querías hacer tu empresa, la sacabas a la Bolsa, era como si vendieras una parte de tu participación en la empresa, hacías de tu compañía una tarta más grande y tú te quedabas con una porción más pequeña. La persona que ponía dinero en tu empresa la evaluaba bien antes de participarla, cambiaba su dinero por un porcentaje de esa tarta y, a cambio, recibía todos los años una parte de los beneficios que la empresa generaba, un dividendo. Cuando el inversor quería vender su participación la ofertaba en la Bolsa, y la Bolsa proporcionaba un sistema ágil para liquidar su participación. Un sistema tan ágil que se fue pervirtiendo en su agilidad, que se tornó promiscuidad, que unida al endeudamiento y a la especulación degeneró en una herramienta que podía, no sólo ya más que las propias empresas sinó que podía más que los propios Gobiernos.
Un especulador es aquel que si desapareciara, los demás no notaríamos nada
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